En primer lugar, por qué necesitamos tanta comida, le pregunté a mi cerebro mientras regurgitaba una picanha con ajo.
Mi cerebro obviamente culpaba a mi conciencia, es por tu culpa maldita debilucha. Pero mi cuerpo pagaba el precio.
Y quién es este espectador que contiene todo el espectáculo orgánico de mi ser? Una tercera zona, el narrador omnisciente que es al mismo tiempo creador y cuerpo:
El que paga en carne propia los experimentos vitales de mi cosmos interno: el que paga las cuentas: el que consigue la comida: el que dice no poder vivir sin alguien a quien apenas conoció: el que escribe una bitácora poética para apaciguar el flujo interno de su reflexión ácida, en el sentido gástrico.
Y todo lo aparentemente civilizatorio, termina pasándole factura al cuerpo, excepto para el cerebro, ese tirano que no sabe que envejece.
* Esta reflexión surgió a partir de qué me enfermé del estómago por comer de más en unas espadas brasileñas (rodizio), porque mi cerebro se permitió para estimularse, una comilona in extremis como si tuviera 30 años sabiendo que no los tengo.