Aguantaremos hasta cuándo la cantidad de insulza información, persiguiéndonos, espías mutuos de la rutinaria condición humana.
Yo conocí el mundo antes de la nube espesa de la red. Eran tiempos de vigilia luminosa, de aparente brecha que por fin se había cruzado.
Alguien le dijo alguien que existía un monstruo naciente llamado “La Internet” cuya marca sagrada sería la triple w, así inauguramos un milenio poco antes de su llegada numérica en el calendario.
Un día todo se volvió social y nos pusimos on-line era la oportunidad soñada de hablarse al instante siempre, podríamos por fin comunicarnos mientras nacía el cronómetro digital del tiempo real. Aprovechamos muy poco.
Más tarde manchamos la virtualidad electrónica con nuestra ideología y amargura vanidosa y el festín se nos pudrió en la boca, las redes nos hicieron caer en ellas, presos hasta la saturación de su luminosa banalidad, separados cada vez más por nuestras mismidades y la vanagloria de los lujos y la suspensión edulcorada de la certeza de morir.
Estar disponibles para el mundo, nos mostró que en realidad no éramos tan brillantes, ni únicos ni irrepetibles y que la mayoría de las personas era insoportable, empezando por uno mismo.
* Texto escrito en 2014 para una revista que después desapareció, agregaría a 9 años de distancia, que la putrefacción ahora es evidente y que las salidas libres son alejarse de esta maraña enferma de pixeles y volver a lo simple, los ojos de la persona que respira el mismo aire que tú.