Abducción Bohemia: Crónica De Una Mala Copa Cósmica

Arturo Ordorika

Obviando los penosos detalles de las sondas y los escaneos a corazón abierto que tiene siempre este tipo de aventuras, debo agradecer a mis amigos del planeta Elken 4 por sus atenciones.

Si bien estos seres de cuatro cerebros, contradictorios y certeros carecen de centro emotivo, bastaron unos cuantos minutos y varias rondas de cerveza para ponernos en contexto y reír hasta el amanecer cantando alcoholizados canciones de José José.

Uno de ellos acompañaba nuestros cánticos tocando el Reung, un valioso y potente instrumento compuesto por doce juegos de piel de loxi, un animal que reúne los bríos del toro y el canto del canario. Para Tuetz, el intérprete bohemio, fue relativamente sencillo duplicar las escalas musicales de nuestra galaxia en su instrumento.

Entre todos nosotros, incluyendo dos gónadas asesinas y un rústu polar también secuestrados en sus planetas de origen, hubo una química interestelar sobresaliente. Entonces comprendí que la borrachera y José José, son tan universales como los muéganos galácticos y las pecas.

Killia, una hermosa extraterrestre con dos pares de nalgas al frente y atrás, lucía un entallado vestido Elkeniano de colores amarillos vainilla. Me acerqué a ella y casi le derramo la cerveza, pero un último chispazo de dignidad me ayudó a mantener la vertical y llevarla a la improvisada pista de baile en el centro de la sala de sondas.

Tuetz tocaba ahora una versión en cumbia de “El Triste” Así llegué a la conclusión de que la cumbia debería bailarse sólo con mujeres de dos pares de traseros y cuatro cerebros.

Bailamos durante largos y enteléquicos segundos. Las cervezas manaban de una hielera infinita. Me acerqué a su conducto oral simplificado, que en ese momento resplandecía al agitarse dentro de ella, células de cardax electrizadas.

Puse mi boca contra el orificio donde debía estar la suya y Killia soltó un poco de su saliva que bebí deliciosamente. Aunque cercano al sabor de las nueces, la combinación con las cervezas le dio un toque extra de almendra tostada y pimienta. Kid, me dije, tómate un par más de cervezas y olvida esos tres cerebros de más, esa ausencia de labios y enfócate al vestido amarillo y el par de traseros. 

Y así fue, superando la barrera del idioma y las especies, puedo decir que Killia se ha convertido para mí en un referente extravialactéano de las relaciones intergalácticas exitosas aún careciendo de habilidades emotivas.

Pero no todo fue azúcar glass sobre panqueques, pues al calor de las copas, Ugter, un capitán segundo de navío y ex pareja de Killia, empezó a malacopear y a retarme: que si los humanos se creen esto, que si son lo otro, que los Juxterianos juegan mejor que los brasileños, que si el habanero pica más en Elken 4, que si la cerveza es un invento del universo y no del hombre, que el Puebla de la Franja es en verdad el Curtidores…

Con esta última aseveración se me subieron los colores y me le fui encima a su gelatinosa corporeidad cobriza. Tras una serie de uppercuts bien aplicados, el mañoso Ugter me picó los ojos con sus tres cuasidedos largos y afirmó pletórico que el era americanista de clóset y que nomás por eso sentía la necesidad de darme muerte.

Sorpresivamente me llegó una última revelación: que la mal llamada condición humana es en verdad un lastre universal y debería llamarse condición trágico cósmica.

Confirmé que esto era cierto cuando casi ciego por los piquetes de ojo y a punto de ser engullido por Ugter, invoqué como último recurso salvador a invocar el amor de su jefecita extraterrestre.

En cuanto escuchó mi imprecación, reventó su apoteosis de malacopa, se puso sentimental y se soltó a llorar lágrimas parcas de piedra. Dijo que él era uno más de los 121 mil huevos Elkenianos puestos por su madre, una ovuladora del sector H que nunca le dedicó tiempo de calidad, ni tampoco estuvo ahí en su primera representación escolar donde interpretó al legendario Juhretz, epopéyico personaje Elkeniano conocido por su heróica cruzada contra los Wxethrios.

Esto último lo enfatizó escupiéndome a la cara su apestosa saliva meta galáctica y me espetó las hazañas que este héroe logró cuando los Wxethrios, salvajes unidades metafísicas cuya debilidad radica en no poder soportar las paradojas, invadieron hace más de tres herzios el planeta Elken 4 y Juhretz saltó de entre las masas como un valiente juglar cantador de paradojas, salvando su especie y su planeta del acecho de esta plaga moral y sangrienta que de no ser por un golpe de inspiración y talento de su héroe planetario, casi los extermina.

Ugter, se quedó dormido rumiando algunas aparentes sílabas de estas hazañas, cansado de llorar y de exultarse con la épica de su planeta.

Killia, volvió al cuarto de control como si jamás hubiera visto mi rostro, las gónadas asesinas se engullían al rústu polar y Tuetz, ensimismado interpretaba en atonía estelar  “La nave del olvido” que sonaba a Piazzola en un coctel de esteroides y ácidos.

Pasaron tantas cosas aquella noche que me di por satisfecho, supe que era hora de ser devuelto a mi planeta de origen.

 Le externé mi petición a la capitana y aceptó con la condición de que donara un mechón de cabello mandragórico, cuyo único fin, me aseguró, sería clonar esclavos inútiles que en su planeta se dedicarán a la contemplación y el fervor, algo escaso en esas latitudes espaciales.

Pensé que sería un buen destino para mis clones y corté de tajo unos cuantos cabellos y al instante caí en una turbia amnesia que me aventó a una
esquina, crudo, y desgañitado.

Me levanté con penuria. Revisé mi cuerpo y estaba completo, mi cartera también, ningún rastro de los extraños visitantes.

 Apenas podía recordar algunas cosas, en especial al bohemio Tuetz cuando alcanzó la apoteosis tocando “Amar y Querer” y yo canté una y otra vez a grito pelón el coro, alterando beodamente el silencio del cosmos.

Aunque tengo la teoría de que todo esto que cuento fue una alucinación producto del alcohol o las carnitas que comí por la mañana.

Zigzagueando aún, caminé calle abajo con un extraño sabor en la boca parecido a las nueces, al cabello, a la pimienta y la cerveza con esa inconfundible textura que tienen las paradojas. Porque era cierto, un mechón de mi cabello al parecer no estaba ahí.

* Basada en una historia real que le sucedió al Kid Mandrágora, una de esas madrugadas interplanetarias y fue publicado en el portal Ciudad Cultura y la Revista Aldeano.

La historia de un salto cuántico literario personal

Conoce la aventura que me ayudó a pasar de 2 libros publicados a 12 en un periodo de 13 meses.